«El perro del hortelano», de Lope, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico


Soy de los que, hace años, quedó impresionado por la valiente y magnífica película de Pilar Miró sobre «El perro del hortelano». Desde entonces, he visto la obra varias veces, incluida la sólida versión de la Royal Shakespeare Company y la compacta y divertida de Trescientas pistolas. Hay quien lo considera un Lope menor, mientras que otros se refieren a ella como una obra maestra. Yo la considero una muy buena comedia, con excelentes personajes (sobre todo el de Diana, la protagonista, con un sinfín de recovecos) y situaciones, y versos de gran altura.

Algo tendrá el agua cuando tanto la bendicen, porque la Compañía Nacional de Teatro Clásico la montó hace solo cinco años, dirigida por su anterior responsable, Eduardo Vasco, y ha querido ahora ponerla en pie con un nuevo montaje de Helena Pimenta, su sucesora, que acaba de estrenarse en el teatro de La Comedia.

Hay muy buenas noticias en esta función. En primer lugar, que mantiene el magnífico nivel que es, desde hace tiempo, marca de la casa; no solo en lo referente a la producción, sino a la interpretación. Es un gusto escuchar el verso, tan frecuentemente maltratado, de boca de estos actores, que extraen de los textos de Lope la escasa naturalidad que estos les permiten. Solo hay una excepción; la embarullada escena inicial, donde la palabra pierde presencia (o al menos así pasó el día del estreno).

Otra buena noticia es la elección de los actores, todos ellos «de la casa» -esta vez no se ha recurrido a ningún elemento externo, como en otros montajes fueron Blanca Portillo o Carmelo Gómez-, sino que se ha confiado para los papeles principales en dos actores, Marta Poveda y Rafa Castejón, que llevan muchísimos kilómetros de teatro clásico en sus piernas. El trabajo de ambos es sobresaliente, por colores, intención y buen decir; Diana es un personaje de una gran enjundia, una mujer enamorada pero a la que maniatan las convenciones y las presiones sociales, además de sus propias inseguridades, y Marta Poveda sabe -con pinceladas de gran cómica, además- caminar por la fina cuerda floja que se le tiende. Destacan igualmente Joaquín Notario (siempre acertadísimo Tristán), Natalia Huarte (deliciosa y ajustada Marcela) y Nuria Gallardo (no hay papel pequeño cuando se tiene a una gran actriz, y éste es el caso).

Helena Pimenta lleva la batuta con firmeza: el tempo y la temperatura de la comedia son los justos, lo mismo que el equilibrio y los planos. Hay momentos especialmente bellos, como la escena en la que Teodoro (Rafa Castejón), con su sombra agigantada contra una pared, lamenta sus pasadas ilusiones de grandeza; o aquella en la que Diana (Marta Poveda) baila su dúo con Amor (Alberto Ferrero), y la función está salpicada de detalles.

La directora lleva la acción (así lo marca el bello vestuario y la majestuosamente simple escenografía) al siglo XVIII, para emparentar el texto con la ilustración; no es una decisión que a mí me guste, porque no creo que sume nada a la puesta en escena; pero, desde luego, tampoco resta.

Es, no obstante, un pero demasiado pequeño que no ensombrece el espléndido trabajo que la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha realizado en torno a uno de los textos más relevantes de nuestro Siglo de Oro, lo que equivale a decir de la historia de nuestro teatro.



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