La Valdés

Mi amigo y colega Nacho Fresno me llamó la mañana del pasado domingo para darme la noticia. «Falleció La Valdés». Se refería, claro, a María Jesús Valdés, una de las más grandes actrices que ha dado nuestro país en las últimas décadas, y una mujer a quien era imposible no tomar cariño. Yo la conocí hace pocos años, cuando representaba, de la mano de mi buen amigo Juan Carlos Pérez de la Fuente, «Carta de amor», ese monólogo de Fernando Rabal que ella convirtió en una sobrecogedora experiencia teatral, y que pude ver un par de veces en Madrid y una tercera en París. No puedo decir que nos viéramos mucho; apenas dos o tres encuentros, pero hablábamos por teléfono con cierta frecuencia. Tenía siempre conectado el contestador automático, y al oir mi nombre descolgaba. Siempre, siempre, me hablaba con la voz sonriente y luminosa. Ella era -al menos así la conocí yo- una mujer optimista, vital, de mirada franca. Me llamaba la atención la claridad de su dicción (también fuera del escenario), ese castellano límpido con el que se expresaba.

La Valdés. Hay pocas actrices que merezcan este «aristocrático» tratamiento. Y estoy convencido de que cuando se les otorga es porque hay en ellas algo especial que trasciende al hecho de ser grandes actrices. Son mujeres de una extraordinaria categoría humana, tanta o mayor que la artística. Era el caso de La Valdés, sin duda. Y baste una anécdota para ilustrar esa grandeza. Hablábamos un día por teléfono, para una entrevista con motivo de algún premio o alguna fecha redonda en su gira de «Carta de amor». La conversación profesional fue derivando hacia lo personal y -la carta del título se la dirige Arrabal a su madre- acabamos hablando de mi madre, con quien me une, muchos lo sabéis, una relación muy especial, fundamentalmente a raíz de la muerte, hace 18 años, de mi padre. María Jesús -La Valdés- me escuchaba hablar de ella, me acariciaba y me sonreía (así lo sentía yo a pesar de que nos separaba la línea telefónica), y antes de colgar me dijo con resolución: «¡Julio, dame la dirección de tu madre, que le voy a mandar unas flores!» «No, María Jesús, no te molestes», contesté. «No es molestia. Quiero hacerlo, porque tiene que ser una mujer maravillosa». «Sí, claro que lo es», dije yo. «Insisto. Espera que vaya a por algo para apuntar y me la das. Tengo yo ese gusto». Y le dí la dirección, claro. Un par de días más tarde mi madre recibió en su casa una hermosa planta. No recuerdo la dedicatoria, pero había en ella un cariño extraordinario. El mismo que yo le he tenido siempre, y el mismo que llena mi recuerdo sobre esta actriz superlativa y, sobre todo, maravilloso ser humano. María Jesús, te mando un beso agradecido.

Comentarios

  1. ¡Qué bonita anécdota! Yo la ví un par de veces en el teatro y era impresionante.

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