Londres (y V)

Concluyo con esta entrada mis reseñas de las obras que he visto en mi reciente estancia en Londres. La verdad es que cuando miré la cartelera no tuve en cuenta la Chocolate Factory, un espacio situado cerca del London Bridge y donde se han estrenado varias producciones de musicales muy interesantes, como A little night music, de Sondheim, que pude ver después en Broadway protagonizada por Catherine Zeta Jones y Angela Lansbury. Mi admirado Marcos Ordóñez, sin embargo, me alertó de que en este lugar (una antigua fábrica de chocolate, como su propio nombre indica) se podía ver el estreno en Europa de Road Show, de Stephen Sondheim. El empujón definitivo me lo dio mi amiga Sonia Dorado, que iba a estar en Londres esos días, y que tenía muchas ganas de conocer el lugar. Así que allí nos juntamos la propia Sonia, su novio, Dan; mi sobrino Pablo y yo. Y allí nos encontramos con Julia Möller, la protagonista de la última producción española de «La bella y la bestia». (Paréntesis: esa misma mañana me la había encontrado en Portobello, en medio de una auténtica marabunta de personas, la mayoría españolas, y hace unos años también me tropecé con ella en plena calle en Londres. ¡Increíble!)
Me encantó el lugar, que tiene un restaurante y un bar por el que se accede a la sala; ésta es, en realidad, una nave industrial que conserva mucho de su sabor añejo. En esta producción (no sé si será lo habitual), el escenario forma un pasillo central, y los espectadores (el aforo es de doscientas personas) se situán a ambos lados. La orquesta ocupa una esquina de la nave. No estaba lleno, algo que me sorprendió ya que era la función del sábado por la noche.
Road Show es un musical que ha pasado por distintas etapas. Se basa en la azarosa vida de los hermanos Addison y Wilson Mizner, dos de los creadores de Boca Ratón, la turística ciudad situada en Miami. La obra vio la luz en noviembre de 1999, en un workshop, con el título de Wise guys. Cuatro años después se estrenó, con muchas variaciones, y con nuevo título, Bounce, en Chicago, en una producción dirigida por Hal Prince que no llegaría a Broadway. Y por fin, nuevamente rehecho y ya con el título de Road Show, se presentó hace tres años en el Off-Broadway neoyorquino, con dirección de John Doyle, que es también quien la ha puesto en pie en Londres. 
Se trata de un montaje inteligente, atractivo, con una partitura totalmente Sondheim: teatral, brillante, original, sonora, viva. Es ingenioso y particular -aunque para mí gusto, por ponerle una pega, no siempre funciona del mismo modo- el juego escénico que Doyle desarrolla, con la escasa escenografía acumulada en los dos extremos del pasillo y un centro donde el único objeto que se mueve es una cama multifunción. La docena de intérpretes es simplemente extraordinaria, con mención especial para David Bedella (Wilson), con una completa paleta de matices, y que convierte su actuación en una continua fiesta expresiva.
En definitiva, un musical que gusta incluso a los que no les gusta los musicales. Y a los que sí nos gustan (los buenos).

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